Capitán Jorge Navarro Custín
Breve Biografía del Capitán Jorge Navarro Custín.
Por
su hijo, el Ingeniero Jorge F. Navarro.

El Capitán Jorge Enrique Joaquín Navarro Custín nació en Marianao el 10 de diciembre de 1915 a las 8:25 de la mañana. Su padre fue Don Francisco de Asís Maria José Rafael Santiago Navarro y Rey, su madre fue Doña Natividad Rosa Angélica Custín y Carrasco.
Cursó la enseñanza primaria en La Habana en la escuela de la hermanas Salazar y debido a su estado de salud entre los ocho y once años completó aquella enseñanza con la guía de su tío el Dr. Alberto F. Villa del Rey. Pasó al Colegio Instituto Cuba dirigido por el Dr. Adolfo G. Castellanos aprobando Ingreso y 1er año de bachillerato. Al cierre de la universidad e institutos por tres años, trabajó con su padre y en 1933/34 terminó secundaria.
Al reanudarse los “cierres” en la enseñanza universitaria optó por ingresar a la Escuela de Náutica anexa a la Academia Naval. Ingresó por oposición en el #8 pasando luego en años sucesivos a #5, #3 y ocupaba el #2 cuando arbitraria e ilegalmente fue “licenciado honrosamente” por no haber acusado a un compañero que había sido el #1 en un juicio en el que era testigo al igual que 20 alumnos más. Pese a sus reclamaciones quedó fuera por un año y al producirse el fracaso del Golpe de Estado de Pedraza, el nuevo Jefe de la Marina Coronel Jesús Gómez Casas a instancia de su ayudante el Comandante Eugenio Andino recibió a Navarro, escuchó su deposición y ordenó que se abriera su caso y que fallara el nuevo Director de la Academia Naval Rolando Peláez. Este personalmente investigó y comprobó el atropello que se había cometido con Navarro. Ordenó su nuevo ingreso y que realizara sus exámenes.
Navarro que había estado estudiando Ciencias en la Universidad, terminó sus estudios en la Academia y se graduó de Piloto de Altura en 1942. De inmediato navegó en el Baracoa y pasó al vapor tanque Manuel Rionda de la Sinclair Cuban Navigation Co. como 2do Oficial y después como 1ro. El buque estaba arrendado por la US Navy y transportaba gasolina de alto octanaje a las bases navales del Caribe y Golfo. Navarro fue condecorado con la Barra de Combate de la Marina Mercante, la Barra de la Zona de Guerra del Atlántico y la Medalla de la Victoria en la 2da Guerra Mundial.
Navarro contrajo matrimonio el 29 de junio de 1942 con Olga Ciria Raquel Pujol y Barrera, hermana de su compañero de la Escuela Naval el Capitán Abelardo Rene Fidel Pujol y Barrera teniendo dos hijos varones Jorge Francisco Navarro Pujol y Eduardo Navarro Pujol y una hija hembra Mayra Natividad Navarro Pujol.
En diciembre de 1944 tras completar todos los millajes requeridos se graduó en la Academia Naval de Capitán de la Marina Mercante. El Comodoro José Águila Ruiz lo entrevistó y le ofreció una plaza de Teniente de Navío en el Servicio de Emergencia pero Navarro le agradeció la oferta y no la aceptó ya que decidió seguir su carrera de marino en la Marina Mercante.
En 1946/47 al crearse al amparo de la Ley 10, el Colegio Nacional de Capitanes y Pilotos de la Marina Mercante de Cuba, Navarro fue electo su Secretario General y condujo a su estructura y funcionamiento. Tras cumplir sus tareas pasó a ocupar su plaza de 1ro en el vapor Gibara y luego pasó al Habana donde en 1948 era su Capitán. En 1949 pasó a la M/N Bahía de Nipe como 1er Oficial y Capitán Interino. Estuvo luego en tierra como asesor del Comandante Evaristo Ulloa (Interventor) de la Empresa Naviera de Cuba. Al renunciar éste, Navarro renunció también, pasando al Bahía de Mariel. Al constituirse la Naviera Vacuba SA, su Administrador Vicente Rodríguez reorganizó los mandos, y su primera designación fue la de Navarro como Capitán del Bahía de Mariel, pasándolo luego al Bahía de Nipe. En este buque Navarro estuvo a su mando por 9 años, ya que al pasar la Vacuba a Mambisas SA, Navarro fue de los pocos confirmados en su mando. Durante 1958 en las postrimerías de la dictadura de Fulgencio Batista fue llamado a Palacio donde Batista le ofreció “lo que quisiera”, con excepción de la Jefatura de la Marina de Guerra por unirse al Gobierno en la lucha contra Fidel Castro y transportar material bélico por mar hacia Oriente, a lo cual Navarro declinó.
Después del triunfo de “la Revolución” siguió navegando pero inconforme con el “Castrismo” tras ir dos veces a la Unión Soviética, sacó a su familia de Cuba y el 17 de agosto de 1961 pidió asilo político con su buque el Bahía de Nipe en Norfolk, Virginia en una acción heroica que fue publicada en la primera plana de todos los periódicos norteamericanos.
Navarro intentó que se confiscara el Bahía de Nipe ya que existían numerosas razones legales para justificarlo pero desafortunadamente por razones políticas el buque fue devuelto a Cuba y Navarro fue amenazado personalmente por el entonces Attorney General Robert Kennedy para que no continuara sus esfuerzos para que se confiscara el buque indicando que su petición de asilo podría ser negada y que sería devuelto a Cuba. Por instrucciones del Gobierno Norteamericano y con ayuda del Internacional Rescue Comité se envió a Navarro al Canadá donde inmediatamente se le otorgó la condición de “residente” de los EE.UU.
Navarro se trasladó a Miami donde continuó luchando en contra de la tiranía de Fidel Castro y participando en numerosas acciones organizadas, asumiendo el liderato de una de las organizaciones más confidenciales del exilio en la década de los 60. También participó en la planificación de acciones coordinadas por la CIA que nunca se llevaron a cabo. Durante el exilio se negó a aceptar posiciones bien remuneradas en varia líneas navieras para poder continuar su envolvimiento en la liberación de Cuba y por tal razón se mantuvo navegando con los Hermanos Babún y con Vicente Rodríguez hasta 1986 cuando se retiró por razones físicas ya que su vista se había degradado considerablemente. Durante este tiempo navegó en El Gran Lempira, el Norco, el Sanland, el Anadria, el Caribbean Arroz, el Atlantic Express, el Omar Express, el Johnny Express y el Santiago Express.
El régimen de Fidel Castro trató de capturarlo en varias ocasiones. Una de ellas tuvo lugar en 1967 cuando a raíz de llegar de Europa trayendo un buque de Vicente Rodríguez y Salvador Sotomayor, el Joost, luego bautizado como Caribbean Arrow fue notificado que tenía cita el 17 de septiembre para la jura de la ciudadanía norteamericana. Esto causó que se desenrolara del barco y fuera substituido por el Capitán Domenech que al estar a 15 millas de La Habana fue detenido por tres lanchas patrulleras cubanas que trataron de capturarlo preguntando por él y subiendo al barco. Al verificar que no se encontraba en el barco, llamaron al Distrito Norte y recibieron órdenes de dejar libre al barco y se marcharon. Este fue el segundo de al menos cuatro intentos conocidos de capturarlo.
Navarro fue siempre un ávido lector con una memoria privilegiada al igual que un elocuente y animado orador. Su biblioteca de más de 15,000 ejemplares tenía una de las más amplias colecciones sobre Cuba. Después de su retiro en 1986 se dedicó primordialmente a escribir sobre la verdadera historia de Cuba la cual es desconocida por la mayoría de los cubanos y a sostener tertulias en su oficina con algunos de los más conocidos y destacados historiadores y escritores cubanos donde se reunían casi todos los sábados y era considerado como mentor y maestro de muchos de ellos. Navarro escribió numerosos artículos y libros y era asiduo conferenciante en el Knight Center de la Universidad de Miami.
Navarro además de eminente historiador era considerado un experto en varias áreas que incluían la esfera Naval donde era miembro de prestigiosas organizaciones como el US Naval Institute y la Hakluyt Society siendo publicado en el Naval Proceedings, Naval History, Rumbos, La Revista General de Marina (Española) y otras.
Entre sus mayores logros se encontraban su teoría sobre el hundimiento del Maine en la cual postulaba que los cubanos en coordinación con ciertos elementos radicales norteamericanos fueron los responsables por la voladura del Maine. Su disertación y confirmación sobre la recalada de Colón en América que comprobaba la teoría de Gould de que la Isla de Concepción era la única que reunía todas las condiciones para ser el primer punto de recalada y la cual ha sido publicada en Naval History (1989) y aceptada por muchos otros investigadores. Sus estudios sobre la soberanía de Cayo Sal donde se presentaron los derechos cubanos sobre el cayo, demostrando que era territorio cubano y que había sido apropiado ilegalmente por los ingleses. Sus investigaciones sobre el primer submarino que navegó y que utilizaba el sistema moderno de “snorkel” en el año 1879 y diseñado y construido en Perú por Don Federico Blume. Su trabajo para mejorar la condición de los marinos cubanos y la marina mercante cubana luchando en el campo laboral en Cuba para obtener condiciones y trato justo para todos. La captura de la Motonave Bahía de Nipe que fue la primera derrota sufrida por el régimen castrista, y primordialmente su lucha incansable e incesante contra la tiranía y por la libertad.
Siempre fue un hombre honrado e íntegro dedicado a su familia, sus principios y su patria. Amigo, padre y patriota que con su muerte dejó un vacío imposible de llenar. Navarro falleció en Miami el 25 de junio del 2003 a las 8:25 de la mañana en el South Miami Hospital debido a complicaciones subsiguientes a una operación.
Desaparición del Capt. Ramón Lapido
El Capt. RAMÓN LAPIDO era hijo del S1Mcg (Mecanógrafo) del mismo nombre...perteneció al DNS (Distrito Naval del Sur Cienfuegos) con el grado de S1Tq (Sargento de Primera Taquígrafo) ...Su participación en el alzamiento del 09/05/1957 en Cienfuegos nunca estuvo determinada...no lo vi en el colegio San Lorenzo...cuando lo instruimos de cargo en la causa 33 de 1957 por rebelión optó por abstenerse de declarar....al regresar de Isla de Pinos el día Primero de Enero de 1959 fue ascendido a AlfFrg.
Estudió en la A. N......en los 80s cruzó el charco... y durante su estancia en Miami siempre mantuvo un low profile... siendo skipper de una motonave que daba viajes a Venezuela, cuando retornaban a casa fue Overboard y se ahogó... creo que la tragedia sucedió en el Lago de Maracaibo...en general fue una persona decente y por todos muy estimado.
Orlando L. Alfonso
CAPITÁN RAÚL HERNÁNDEZ SAYAS por Esteban Casañas Losta
No recuerdo exactamente si compartía la fama de aquel reducido grupo de
capitanes de la marina mercante cubana conocidos como “Los siete hombres de
oro”.
Raúl poseía una vasta cultura que resultaba anacrónica a su tiempo
y medio donde giraba. Moderado al hablar, medía cada palabra expresada con
ausencia de esos gestos tan escandalosos y familiares entre cubanos. Refinado y
elegante en su vestir, lo convertían en presa fácil de envidiosos y frustrados
soñadores que un día pretendieron ver a todo un pueblo uniformado. Amante de la
música culta, era inadmisible para oídos enfermos escucharlo cantar cualquier
pieza de ópera con su magnífica voz de tenor. Alto, bien parecido, culto,
reservado, limpio y organizado
Fui subordinado suyo en dos
oportunidades, la primera como timonel del buque Jiguaní y la segunda como
tercer oficial en el mismo barco, guardo excelentes recuerdos de aquel hombre
en ambas etapas muy bien diferenciadas. En la primera, solo acudía a
expresiones que no se apartaban del vulgo cuando deseaba expresar asombro o
admiración. En la segunda, aquellas expresiones fueron variando y adquirían
valoraciones técnicas concernientes a la profesión. En ambos casos, no puedo
dejar de reconocer que Raúl fue de aquellos buenos profesores con los que conté
en mi vida de marino. El marino pierde la noción del tiempo, no habla de meses
o años, se refiere a él por viajes sin considerar o darle importancia a la
duración de los mismos. No tengo una noción exacta del tiempo que estuve bajo
su mando, pero mientras eso ocurría, nuestra flota era contaminada por la
mediocridad contra la que Raúl se mantuviera muy bien vacunado. Sus tiempos
fueron de gloria y no volvieron a repetirse, creo más bien que desaparecieron.
Tiempos de hombres y navegantes que vi esfumarse con pena.
Lo
recuerdo parado en el puente estudiando todo un campo de hielo con los
binoculares. Cerca de nosotros, una decena de buques al pairo esperando por
alguien que decidiera romper la inercia. -¡Media avante, timón a la vía! Ordenó
con esa serenidad casi solemne que lo identificaba mientras se ajustaba los
lentes y salía hasta el alerón de estribor. El buque comenzó a moverse en
demanda de una profunda barrera blanca, pocos minutos después, toda la nave era
estremecida por un golpe seco que hizo crujir cada una de sus cuadernas.
Enormes planchas de hielo con más de treinta metros de diámetros eran partidas
a nuestro paso y en la medida que avanzamos, quedaba tras nosotros una especie
de trillo que muy pronto fue tomado por aquella caravana de barcos. La nueva
aventura se extendió durante más de ocho horas, tiempo durante el cual, Raúl no
se apartó de su puesto de mando y me traía a la mente el recuerdo de aquellos
viejos capitanes que se hundían con su nave. Durante la noche se encendió el
potente reflector que teníamos en la cubierta del magistral y se esquivaba con
antelación aquellos trozos de hielo que sobresalían por su altura. El avance
fue lento y la nave sometida a fuertes sacudidas que impedían conciliar el
sueño para los que estábamos de descanso. Otra vez en el puente, solo se
escuchaba aquella voz serena que infundía valor, ¡quince grados a estribor!,
¡timón a la vía!, ¿rumbo?, ¿cuál es la distancia al buque que tenemos por la
popa?, ¡primero, obtenga posición por el radiogoniómetro! Temprano en la mañana
habíamos vencido aquella gran barrera de hielo y navegábamos tranquilamente por
las aguas del Golfo de San Lorenzo en demanda del río con el mismo nombre que
nos llevaría hasta Montreal.
Lo recuerdo seguido de su perro Rinti
por todas las cubiertas del barco, su fantasma anda de la derrota al puente en
esa nave fantástica de mi mente, escuchando siempre y ordenando en voz baja.
Llega hasta el radar y después se dirige a la mesa de ploteo, comprueba la
posición del buque y dice algo, su perro lo sigue en cada movimiento y no
permite que te acerques, es su rabioso guardaespaldas.
-¿Puedes
subir al palo mayor del barco? Me asombró su pregunta, era un ejercicio diario
que siempre realizaba junto a Febles cuando terminábamos de trabajar. Ambos
competíamos subiendo a mano limpia por los obenques del palo hasta la cruceta
del mismo, lo hacíamos para divertirnos y divertir a los demás que se dividían
en apuestas. A mano limpia descendíamos también después de vencer más de veinte
metros de altura y desafiar también los pequeños bandazos producidos por el
barco en su marcha. Tenía razones para asombrarme, era de noche y nos
encontrábamos sufriendo los efectos de una fuerte turbonada tropical. -¡Claro
que puedo! Le contesté algo asustado. -Necesito que lo hagas. -¿Cuándo?
-¡Ahora! -¿Ahoooooora? Pero mire como está el tiempo. -Ahora es que lo
necesito y quisiera que te buscaras a alguien que suba contigo. -¡Pero,
capitán! ¿Qué pinto yo en ese palo a esta hora? Discúlpeme, pero esto es
una locura. -Necesito que subas con otro hombre y con un palo de escoba traten
de hacer girar la antena del radar. -¡Ñoo, tremendo numerito el suyo! ¿Y eso
por qué? -Se rompió el motor del rotor de la antena y los Prácticos no quieren
salir. Si probamos y funciona, podemos entrar y dormir tranquilos. Si no
resulta estaremos condenados hasta mañana o pasado, todo depende del estado de
la mar. Tuve deseos de hablarle sobre la entrada a la bahía de Nipe, pero
consideré ridículo exponer mis simples criterios de marino ante un capitanazo
de su talla. Esmildo Rodríguez fue mi compañero de aventuras,
hace muchos años vive en Miami y tal vez no recuerde ese pasaje de su vida o no
tenga con quien compartirlo. Una vez en la cruceta del palo mayor nos amarramos
a la barandilla y probamos hacer girar la enorme antena del radar. Entramos esa
noche bajo los embates de aquella fuerte turbonada y dormimos tranquilos con
cuatro grilletes de cadena fondeadas.
Unos años después me tocó
navegar con Raúl hasta el Báltico, lo hicimos en el mismo buque con un solo
radar y cartas náuticas sin actualizar. Las guardias estaban organizadas de tal
manera que siempre habían dos oficiales en el puente, el capitán cubriría una
guardia de cuatro horas con el tercer oficial. Él se dedicaría a maniobrarle a
los barcos y yo tomaría posiciones por medio del radar y radiogoniómetro, no
teníamos otros equipos. El primer oficial y el segundo nos relevarían en esas
funciones durante el tiempo que consumiera la navegación hasta Polonia. Daba
gusto navegar con personas de la competencia de aquellos oficiales, se aprendía
mucho y se adquiría un sentimiento de seguridad total, eran verdaderos
profesionales.
Aquellas experiencias solo fueron repetidas bajo el
mando del capitán Raimundo René Calero Torriente a bordo del buque angolano
N”Gola, aunque en este caso contábamos con el sistema de navegación DECCA que
nos facilitaba el trabajo a partir de Finisterre y cubría todo el norte de
Europa. Fueron tiempos donde el hombre competía consigo mismo y ponía a prueba
todas las teorías aprendidas en la academia naval. Fueron tiempos cargados de
romanticismos por la profesión que se ejercía, se amaba entre otras cosas, se
respetaba.
Cuando finalmente logré ascender al cargo de primer
oficial, no sin antes haber permanecido durante diez años en el puesto
inferior, como cumpliendo una especie de sordo castigo por mi rebeldía
política. La frustración vivida, la desilusión y el sentimiento de desamparo no
me abandonaron hasta mi deserción en Canadá en el año 91. Pude comprobar más de
una vez el grado de irresponsabilidad del sistema al poner un buque y la vida
de su tripulación en manos incompetentes e irresponsables por ignorancia.
Con Raúl llegué una vez a Montreal pasando hambre, estábamos comiéndonos las
barreduras de la gambuza. Te sometías a esos sacrificios y no los sentías
cuando observabas que el capitán las experimentaba también. Él era incapaz de
disfrutar privilegios ocultos y someter a su tripulación a esfuerzos inhumanos,
aquella sencillez lo engrandecía ante sus subordinados.
Hace poco
leí en un foro de marinos cubanos la triste noticia sobre su fallecimiento y
enseguida acudieron a mi mente recuerdos de tiempos compartidos bajo el mando
de aquel gran hombre. No supe que se encontrara en el destierro como yo,
hubiera preferido estar en la isla junto a él y rendirle una guardia de honor
como solo él supo ganarse. Hubiera preferido encontrarme allá junto a viejos
compañeros y tal vez dedicarle unas palabras antes de que partiera al reino de
Neptuno. El destino ha querido separarnos, no así el recuerdo de esa gente
valiosa que sembró la semilla del amor entre nosotros. Un triste fatalismo
social nos ha desparramado como naves al garete en distintas latitudes, aún
así, muchos de nosotros quedamos unidos por el recuerdo de aquellos tiempos que
retumban en nuestras memorias por aquella pitada larga que se daba frente al
Morro de La Habana. Quedamos marcados de por vida por una especie de mota negra
que nos impide olvidar a los grandes hombres cuyos recuerdos enriquecieron una
vez esa historia triste de nuestra marina mercante cubana. No tengo rosas a
mano, arrojo un humilde ramillete de sargazos ante el féretro de Raúl
Hernández Sayas, un capitanazo.